La pesadilla de Petro frente al poder real. 

En el ámbito político, es fundamental distinguir entre tener el poder y llegar al gobierno a través de sistemas electorales, especialmente en países donde la democracia participativa aún es incipiente. A menudo, como en el caso Petro, se confunde la posesión del poder con el ejercicio gubernamental, ignorando que la capacidad de gobernar no siempre conlleva un control efectivo sobre las estructuras del Estado y la sociedad. Ignorando que hay algo más que el simple paso por el gobierno y las urnas. 

En muchas naciones con democracias emergentes, las elecciones sirven como un mecanismo formal para legitimar a quienes asumen la administración del Estado. Sin embargo, acceder al gobierno a través del voto no garantiza automáticamente el ejercicio pleno del poder. 

Este último, más allá de la corrupción, está frecuentemente condicionado por factores como la permanencia de élites económicas e institucionales, la influencia de actores internacionales, la resistencia de sectores burocráticos y la consolidación de intereses paralelos que limitan la capacidad real de gobernar (léase mafias). 

El poder, por su naturaleza, no se reduce a la estructura oficial del gobierno. Se construye y mantiene a través de redes de influencia que van más allá de la legitimidad electoral. 

Son factores de los que Colombia no se escapa, dado que las mafias que dominan sobre los gobernantes y los manipulan a su antojo, como la mafia apoltronada en el mercado de drogas, de armas, el sistema financiero, el mercado del petróleo y la industria farmacéutica – para citar los más influyentes – que convierten a sus países en territorios de no retorno mientras se llenan los bolsillos. 

Quienes logran llegar al gobierno sin una estructura de poder consolidada enfrentan dificultades significativas para ejecutar cambios profundos y transformar la realidad política, económica y social. Es por ello que, además, en muchas democracias emergentes como la colombiana, el nuevo gobierno elegido democráticamente encuentra barreras impuestas por sectores que controlan recursos, medios de comunicación y el aparato judicial. El problema estriba en que la ceguera de Petro y su equipo de gobierno prefieren mirar para otro lado al ver esta tozuda realidad.  

Cayendo en el democraterismo y mucho de demagogia, Petro es el resultado de la votación de sectores tradicionales que aprovecharon la coyuntura política y social, en donde se dejó al país en la incertidumbre (gobiernos de Uribe, Santos y Duque). 

Además, en estos contextos, la estabilidad gubernamental puede depender en gran medida de la capacidad de negociación con estos actores preexistentes, lo que a menudo diluye las propuestas de cambio y fuerza a los gobernantes a administrar, a veces reformar, en lugar de transformar. 

La historia reciente muestra ejemplos de líderes que, a pesar de su mandato popular, han sido neutralizados por estructuras de poder que operan en las sombras, evidenciando así la brecha entre gobierno y poder real. NO es sino repasar lo ocurrido con los gobiernos de Bolivia, Ecuador y Brasil. 

Comprender esta diferencia es crucial para evaluar el funcionamiento de las democracias incipientes. La simple celebración de elecciones no es suficiente para garantizar una distribución equitativa del poder ni para consolidar un régimen verdaderamente democrático. 

Es necesario fortalecer las instituciones, democratizar el acceso a la toma de decisiones y generar contrapesos efectivos que impidan la captura del Estado por intereses particulares. Eso es lo que hasta ahora no se ha hecho. Y no se ha hecho, porque las élites, el establecimiento, cada día que pasa se siente muy cómodo bajo el gobierno de Petro, que desde un comienzo he dicho que de izquierda no tiene nada, sí de socialdemocracia y perniciosamente variopinto. 

Entonces, gobernar y tener poder no son sinónimos, especialmente en sociedades donde la democracia aún no ha alcanzado su madurez. Mientras esta distinción no sea comprendida y abordada, las promesas de cambio seguirán enfrentándose a los límites impuestos por estructuras que trascienden el ámbito electoral. 

El reto de las democracias emergentes no es solo organizar elecciones, sino garantizar que el poder se distribuya de manera efectiva para que el gobierno pueda realmente representar y transformar la voluntad de sus ciudadanos. 

Es urgente trabajar con sus militantes, agradecer, si fuera de agradecer, el apoyo de la derecha en las urnas, pero crear mínimamente un partido de gobierno, modificar los procesos verticales por verdaderos proyectos de inclusión ciudadana y mediante decreto, apuntar así sea una acción temeraria, caer en el reformismo de nuevo cuño.

En política, tener el poder es un concepto que trasciende las urnas, y que el verdadero poder, radica en la conexión y el respaldo del pueblo. Pero urge hacer y dejar el discurso para otras ocasiones.