
Colombia, entre el Papá Pitufo y el Oso Yogui.
Érase una vez, en una ciudad heráldica de la costa norte colombiana donde vivía una Dama de alta cuna y baja cama, muy dada a hacer chascarrillos, retruécanos, bromas, chacotas, chanzas y demás cachondeos verbales, cuyo apellido de ciudadana republicana era un natural Madera, su nombre Emma, y su apellido de casada fue dado por el flemático comerciante burgués señor Gallo. Así pues, el vulgo, o gente de a pie de la época, la mayoría de piel parda y bastante mal hablada, empezó a usar el nombre largo de la señora cuando alguien hacia algún chascarrillo o cachondeo verbal, diciéndole que se parecía a la ama Emma Madera de Gallo.
Poco tiempo después, en la naciente república, un poeta tan poderoso como marrullero, con la cabeza acalorada por la canícula caribeña, en sus bellas rimas sobre el surco de dolores, el aliento viril de los centauros indomables, las termópilas brotando y la sangre y el llanto del río que se mira allí correr, terminaron dándole carta de ciudadanía a la palabra “Mamadera-de-Gallo”, convirtiéndola en un atributo básico y elemental de los habitantes de la naciente república de Colombia. Claro que hay otras versiones del anterior cuento para hacer dormir niños insomnes, pero más pornográficos que exigen aquí, su total abstención.
De todas maneras, como el lenguaje también se mueve con el movimiento de la sociedad; en esta “coyuntura multicritica” por la que atraviesa no solo la tediosa y ridícula gobernanza colombiana sino la gobernanza Global, los paisanos colombianos han tenido que recurrir al viejo cuento de la “mamadera de gallo”, con el fin de paliar el golpe demoledor a sus ilusiones electorales producido por la demagogia progresista, de tratar de cuadrar el círculo embelleciendo el capitalismo subdesarrollado, atrasado y dependiente del sistema global del imperialismo neoliberal, empeñado hoy como está, en la reconfiguración y repartición universal (a las buenas o a las malas) de la riqueza universal partida en tres grandes tajadas entre los tres imperialismos atómicos actuales:
El imperialismo anaranjado de great América again, el imperialismo ruso de los oligarcas post soviéticos en consolidación, y el imperialismo chino del mercado y la ruta de la seda, con rostro chino.
Entonces, nada mejor que en medio de la trivialización y vacuidad que produjo el espectáculo de ministros del 4 de febrero pasado, que desnudó en público las grandes contradicciones y ambiciones (de todo tipo) que fluyen en lo profundo de la gobernanza progresista actual, que recurrir a distraer a los espectadores aburridos y volver a captar su atención electoral, pero trivializando también sus consecuencias. Con dos escándalos caricaturescos con las que la fantasía delictiva colombiana ha nombrado a dos increíbles personajes representantes del talento y las potencialidades criminales de dos reconocidos hampones, cuyos méritos provienen de los servicios “democráticos” prestados al Bloque de Poder dominante (BPCi), en el financiamiento de sus campañas electores y pseudo-democráticas para elegir el presidente de los colombianos:
Diego Marín Buitrago alias “Papá Pitufo” cuyo voluminoso prontuario es bien conocido incluso en el exterior, pero especialmente por los 500 millones que sin mamadera-de-gallo (“presuntamente”) aportó a la elección del actual presidente Petro. Y, Héctor Amarís Rodríguez, apodado alias el “oso Yogui” o el hombre del maletín, quien entre sus millonarios “servicios electorales” se cuentan los aportes a Odebrecht para financiar a los dos candidatos presidenciales del 2014: El tahúr tramposo y conejero JM Santos y, el uribista Oscar Iván Zuluaga, y cuyos resultados judiciales se evaporaron en la justicia de la impunidad en Colombia. A propósito, ¿qué se hizo Oscar Iván?
Pero no es nuestra intención mostrar el tedio que producen esos escándalos judiciales que llevan a “ninguna parte” y quedan consumidos en las profundidades de la tradicional impunidad colombiana, acostumbrando a la opinión pública a vivir revolcándose en el fango de la corrupción, el lavado de dinero y la cultura traqueta o narca. Sino mejor, reseñar un episodio más de la corrupción generalizada, el envilecimiento y profunda descomposición ética y moral de nuestra sociedad, de la cual no se puede sustraer el actual gobierno, que de manera “oportunista y humillante”, exhibe y trata de apropiarse de símbolos de consecuencia llenos de significado ético y moral para el pueblo trabajador colombiano, como la espada de Simón Bolívar o la sotana del padre Camilo Torres Restrepo, para entregarlos en la próxima campaña electoral del 2026, en las manos de otro pitufo chantajista político, como Benedetti.
