
El juicio a Uribe Vélez y el reciclaje del conflicto interno colombiano.
En su columna de opinión en la Revista Cambio del 09 de marzo/25, titulada “el Juicio a Uribe Vélez (Bis)”, Enrique Santos Calderón, apodado por algunos de sus oponentes como el “Big Brother” del ladino ex presidente J.M. Santos, gran gurú de la opinión “liberal” de Colombia, cuya poderosa influencia fue forjada a lo largo de su larga carrera periodística en la gran prensa de su propiedad, la todopoderosa y multimillonaria casa del diario el Tiempo de Bogotá; después de describir el reality televisivo, la ópera y algunas de las “maromas jurídicas del lento y engorroso proceso (público) sin precedentes en la historia reciente de Colombia, que se realiza contra el expresidente Uribe Vélez, finaliza su opinión, entre amenazante e irónico, sobre la impunidad característica de los dominantes colombianos con el siguiente párrafo típico:
…” Una condena del expresidente significaría para muchos la afirmación de la solidez de un Estado de derecho. Para otros, sería un mensaje desolador y derrotista que desconoce que fue Uribe quien sacó a Colombia de las garras de la subversión y le devolvió la confianza en sí misma. Y he ahí el dilema. Porque hay poderosas razones de ambos lados, aunque lo que debería primar son la verdad y los hechos. Lo jurídico sobre lo político.
Tocará esperar, porque vendrán más pruebas y más testimonios y hay que dejar que el juicio avance. No lleva sino diez años”. https://cambiocolombia.com/los-danieles/el-juicio-uribe-bis.
Algo debe estar cambiando en la sociedad colombiana, que obliga a escribir un párrafo tal. No es ya la posibilidad (diferida) de ver al apodado Matarife del “Ubérrimo” con traje a rayas y tras las rejas que tal vez nadie alcanzará a estar vivo para ver, sino las consecuencias de una posible condena: Una para el Estado contrainsurgente e impune que su pluma y su hermano como ministro de defensa de AUV (recuerden los falsos positivos) y luego como presidente del sangriento “Uribato” consolidaron, y otra, para la opinión pública y politica colombiana, aquella, tan largos años manipulada desde el llamado decano de la gran prensa, que recibirá un mensaje desolador y derrotista.
La desolación no será por presenciar un acto de justicia (diferido y frustrado por la politica) que nunca vendrá como el mismo escritor lo reconoce en su sarcasmo, sino por desconocer la gran proeza del enjuiciado, de haber sacado a Colombia de las garras de la subversión y haberle devuelto la confianza en sí misma. Afirmación desmentida en el mismo gran titular de la revista en la que opina, cuando al lado de su columna se informa ampliamente de la crítica y oscura situación de orden público por la que atraviesa el país especialmente los departamentos fronterizos de Norte de Santander, Cauca, Nariño y Putumayo, con un conflicto armado reciclado 25 años después de la proeza mencionada por el escritor. Ver https://cambiocolombia.com/conflicto-armado-en-colombia/el-oscuro-panorama-del-orden-publico-en-tres-regiones-del-pais
¡Vaya! Mayor cinismo sólo es posible verle a su hermano Juan Manuel, aquel 4 de noviembre de 2011, con un vaso de whisky y lágrimas en los ojos, en el aristocrático club social donde entretenía su ludopatía, anunciando la muerte de su gran enemigo interno Alfonso Cano.
Algo debe estar cambiando en Colombia, cuando una profesora asociada del Departamento de Historia de la Universidad de Northwestern de los EEUU, de nombre Lina Britto, en un excelente análisis de antropología politica e histórica sobre el reciclamiento actual del conflicto interno colombiano, titulado Las trabas de la guerra: Marihuana y violencia de Estado”, publicado en el libro “Cambios y continuidades en el conflicto. Unidad de implementación del Acuerdo de Paz. 2024”, desentraña la contradicción real que el negocio de las drogas ha tenido, por un lado, como combustible para “la guerra” (conflicto interno) y por otro, como fuente de estabilidad económica y social en el desarrollo del capitalismo dependiente y subordinado a EEUU, especialmente en la llamada “modernización agraria” y en la construcción del deformado, corrupto y terrorista Estado capitalista colombiano.
Y es precisamente, sobre la llamada “proeza de AUV” mencionada, que sin lugar a dudas se basó en el famoso Plan Colombia tan analizado en cifras, no en sus resultados históricos, económicos y sociales; donde la investigadora Lina Britto demuestra con gran riqueza factual, documental y argumentativa, que el tan mencionado Plan Colombia no solo fue un fracaso desde el punto de vista de la guerra contrainsurgente estadounidense contra las drogas, sino un factor fundamental para el reciclamiento del actual conflicto interno colombiano. Permítanme citar en extenso a la investigadora. Págs. 31 y 32 libro citado:
…” El Plan Colombia, un programa inicialmente concebido por el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) como una inversión en el desarrollo social de zonas afectadas por la guerra, fue aprobado por el Congreso de los EEUU en el verano del 2000, como un proyecto de control territorial, localizado y regionalizado durante un momento clave de “construcción politica del mercado global” (Estada,2001). Considerado “la medida del éxito” para otras iniciativas similares en el mundo (Hylton, 2010), el plan innovaba con un tipo de violencia doble que exhibía la fachada del Estado y su aparato militar como garante de derechos, mientras ocultaba a los actores privados tanto paramilitares colombianos como mercenarios estadounidenses que ayudaban en la consecución de los objetivos anunciados (Tate,2015). El centro de operaciones era el geoestratégico piedemonte amazónico en el sur del país. Conceptualizado en inglés como “push into Southern Colombia” (US Dept.State, 2000), este enfoque tenía el propósito de desalojar a los grupos guerrilleros de los departamentos fronterizos y debilitar la producción de cocaína en el Putumayo, donde se había concentrado en la última década.
El empuje hacia el sur con la presencia militar y paramilitar del Estado colombiano apoyado por EEUU, refrescó la vieja premisa de atacar las Comunidades Rurales en la “fuente”, como si fueran amenazas existenciales a lo que parecía un “Estado fallido” (González, 2003) que era incapaz de hacer presencia en la valiosa cuenca amazónica mientras los gobiernos de izquierda se tomaban el poder en el Continente. La estrategia primero sofocó al movimiento cocalero de Comunidades Rurales que en los noventa habían logrado negociar como interlocutores válidos con representantes del Estado y proponer sus propias alternativas para la región (Ramírez, 2011. Luego obligó al repliegue del Bloque Occidental de las FARC comandado por Alfonso Cano, al corredor del norte del Cauca, en donde se sumaron a otros frentes ya existentes y se enfrentaron al Bloque Calima de las AUC y a sus posteriores reductos, las Águilas Negras (Duarte et al, 2022)”desplazamiento forzado, detención es irregulares, tortura, violencia sexual, asesinatos, confinamiento, siembra de minas antipersona, reclutamiento forzado, desaparición forzada, ataques a la población civil, amenazas y atentados al medio ambiente” son los crímenes de guerra en contra de las poblaciones de los municipios de Santander de Quilichao, Suarez, Buenos Aires, Morales, Caloto, Corinto, Toribío y Caldono, sucedidos como consecuencias directas de los reacomodos del Plan Colombia ( JEP, 2018).
El despuntar de la “creepy” sucede entre los flujos y reflujos de la guerra y la paz. Los empresarios foráneos establecieron los primeros invernaderos durante los coletazos del Plan Colombia en los tiempos de la Seguridad Democrática de Uribe; las familias indígenas multiplicaron los microcultivos en un solar o en una esquina de la parcela durante las negociaciones de Santos (González Posso, 2019) y la doble explosión de “creepy” y víctimas, se desata en los años siguientes a la firma de los Acuerdos debido a la incertidumbre de la implementación frente al gobierno de Duque” ……
Algo debe estar cambiando en Colombia, donde el mambrú colombiano de la guerra contrainsurgente va convirtiéndose (así sea lentamente) en un ensangrentado héroe en pantuflas rayas, con proezas que solo defienden los hermanitos Santos.